MI HISTORIA

Constanza es la menor de los siete hijos de Fernando, el recordado Mago Larraín, famoso en la televisión. Las circunstancias la eligieron a ella para acompañar de cerca a su padre en los últimos años de un cáncer de próstata.


TIPS

1. Palabras que salen:

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“Los Larraín somos de demostrarnos cariño en forma muy poco convencional, como tirando tallas. Por ejemplo, a mi papá yo nunca le había dicho te quiero hasta la semana que estuvo en la clínica, recién ahí se lo dije por primera vez. Y desde entonces se lo repetí todos los días, porque no somos una familia de decirnos mucho ese tipo de cosas”.

2. Chamanes y cuescos de damascos:

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“Al comienzo mi papá era medio escéptico frente a lo que no fuera medicina clínica, pero después empezó a confiar en las terapias alternativas como imanes, reiki, iriología, el veneno de alacrán que encargaba a Cuba, pero su médico tratante no era muy abierto al tema. También probó con los cuescos de damascos, que dentro tienen vitamina B-17 y dicen que sirven mucho. Me acuerdo que puse en Facebook: necesito cuescos de damasco y me llegaron bolsas y bolsas”.

3. Opinión personal:

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“Las intervenciones invasivas que le hacían –radioterapia, remedios fuertes, morfina– empezaron a desgastar a mi papá. Había drogas que de repente lo hacían despertarse súper ido, decía que veía extraterrestres… Y ya con la pérdida de movilidad –no podía caminar sin ayuda– terminó de irse para abajo. Yo lo acompañé todo lo que pude y lo distraía mostrándole el lado divertido de esas cosas. Mi papá logró mantener el humor hasta el final”.

4. La verdad en diferido:

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“Siempre le dijimos la verdad, pero si ese mismo día en la mañana se enteraba por el diario que algún conocido se había muerto, y nosotros recibíamos justo esa tarde la información de que habían subido sus antígenos, optábamos por contárselo después”.

5. El funeral que pidió:

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“Justo el día del funeral llovió, así que la iglesia estaba rebasada de personas y de paraguas, había mucha gente. Después, en el cementerio fue más íntimo. Contraté a un grupo que tocaba música balcánica, como de película de Emir Kusturica, y con la lluvia quedó la escoba. Tuvimos que arrendarles el toldo a unos floristas para que no se mojaran los instrumentos y los músicos tocaban caminando mientras les llevaban el toldo. Fue tal como él nos había pedido que fuera: nada deprimente. Y yo no pude llorar, porque aunque estaba superemocionada en verdad sentía que él estaba descansando, mejor que todos nosotros”.

6. La teoría emocional:

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“A mi papá yo nunca lo había visto llorar en mi vida y, al final, de repente le bajaba la pena. Su enfermedad me hizo pensar que tenía mucho dentro sin expresar… Siempre fue callado en algunas cosas y creo que estaba consciente de eso. Lo tiraba como talla, pero era una carga muy pesada no haber podido trascender el modelo de su mamá o de su papá, que eran fríos y nunca le hicieron cariño, nunca le dijeron te quiero. Yo creo que eso ayudó a que terminara su vida con un cáncer”.

7. CONVERSACIONES PÓSTUMAS:

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“La última vez que fui al cementerio creo que fue al cumplirse un mes de su muerte. Me encanta el cementerio por una cosa de morbo, no sé, o porque tiene una energía bien especial. Pero ahora prefiero hablar con mi papá por interno. No necesito ir allá para hacerlo, pero por supuesto que hay gente a la que le gusta y está muy bien”.

8. ÚLTIMOS DESEOS:

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“A mí no solo me dejó El gran Libro de la Magia del Mago Larraín, sino que además me pidió practicar todo lo que me había ido enseñando en el transcurso de los años. Porque toda la vida, desde chica, mi papá me iba a preguntar a la pieza si tal truco funcionaba o no. Y me los enseñaba bajo juramento de no contarle a nadie como se hacían, pero yo no los practicaba. Ahora me puse a hacerlo, porque fue una de las últimas cosas que me pidió”.

9. LAS PROMESAS SE CUMPLEN:

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“Para la primera Navidad después de su muerte, sabía que iba a ser difícil. Con mi papá una vez fuimos al Hospital Calvo Mackenna porque le habían pedido que actuara para los niños enfermos de cáncer. Lo acompañé y mi papá ultraemocionado porque estaba lleno de niñitos superchicos, sin pelo, conectados a tanques. Se asombró tanto con la energía que emanaba de ese instante de felicidad infantil, que me propuso hacer lo mismo todos los años. Yo le dije que sí al tiro, pero con la garganta apretada porque mi papá también tenía cáncer. Al año siguiente no pudimos ir, porque él no estaba muy bien. Después murió, pero cuando se acercaba la primera Navidad sin él, decidí cumplir sola nuestro compromiso”.