MI HISTORIA

Cuando tenía dos años y la familia vivía en Estados Unidos, al hijo mayor del arquitecto Pablo Allard le diagnosticaron sarcoma de células claras, un tumor infrecuente y agresivo que se formó en uno de sus riñones y médula. En 2004 tuvo metástasis en el cerebro y en 2006 en la tiroides, que fueron tratadas con quimio, radiación, trasplantes de médula y cirugías. Hoy, tras una infancia marcada por tratamientos oncológicos, Pablo Allard Méndez tiene 16 años y dos hermanos menores, juega fútbol, organiza actividades en su colegio y lleva la vida de un adolescente normal de su edad.


TIPS

1. Volver a la normalidad:

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“Elegimos volver a una vida normal y no ser la familia distinta que logró salir del cáncer y que anda contándole a todo el mundo lo que vivió. Ganamos y eso significa que salimos del espacio del cáncer. Por eso Pablo tiene hoy una vida totalmente normal y nosotros hemos aprendido a irnos de viaje sin los niños, a no ser aprensivos y a dejar que él salga con sus amigos. Hoy carretea, pololea, come de todo, escala cerros. Es un adolescente como cualquier otro y tratamos de que el resto de la gente lo entienda así también”.

2. Aprovechar a los voluntarios:

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“La Fundación Ronald McDonald tiene una casa de acogida para familias que vienen de fuera de Boston a hacerse tratamientos y nos dieron una pieza para Pablo. Un día estábamos en la sala de juegos con él y una señora se acercó a preguntarnos si queríamos ir a almorzar mientras ella lo cuidaba. Así eran los voluntarios, todos los jueves por la tarde iban a jugar con los niños para que los papás pudieran descansar, estar juntos, incluso llorar. Fue una sorpresa tremendamente buena. La abuela de Pablo y yo, su mamá, hoy trabajamos de voluntarias en la Fundación Nuestros Hijos”.

3. A paso firme todos juntos:

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“En cierta forma, nuestro lema era trabajar, no pensar. Nos concentramos en salvar a nuestro hijo y para eso había que trabajar y pelearla todos los días. Y esa fuerza y esa convicción, mirando hacia atrás, fueron cruciales, porque en ningún momento dijimos ya, que sea lo que Dios quiera. No le íbamos a ceder ni un centímetro a la muerte, pero tampoco nos iba a quitar la felicidad de estar juntos y de disfrutar. En los 18 años que llevamos casados nunca hemos sido más felices en pareja y como familia que dando la pelea juntos”.

4. Disfrutar lo cotidiano:

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“Por ejemplo, ver a nuestro hijo con su polola. Son cosas simples que ahora valoramos mucho más”.

5. Cerrar el ciclo:

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“Al cáncer hay que ganarle sacándolo no solamente del cuerpo, sino también de la cabeza. Derrotarlo puede ser escribir un libro testimonial, publicarlo, lanzarlo y luego cerrar el círculo. No hay que quedarse pegado en el tema, porque mientras todavía esté en tu mente, tal vez sea que no le has ganado”.

6. Controlar las emociones:

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“Nunca hay que mentirle a la persona que está enferma. Nosotros tratábamos de generar el ambiente más positivo posible. Tampoco nos permitíamos quebrarnos emocionalmente frente a Pablo, expresar la rabia o contagiarle angustia. Tratamos siempre de protegerlo de las malas vibras, porque esa energía se transmite y tiene consecuencias”.

7. La intuición informada:

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Decisiones hay que estar tomando todo el tiempo. Por ejemplo, decidir qué tipo de quimioterapia se le iba a hacer a Pablo y ponderar los riesgos asociados. Nunca hemos tomado decisiones tan difíciles como las de ese momento. Y aprendimos a optar basándonos en una especie de intuición informada. Leíamos, buscábamos en internet, preguntábamos a los doctores, pero finalmente la decisión la tomábamos nosotros solos”.

8. No subestimar los detalles:

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“¡Qué importantes son! Aprendimos que cuando a una persona cercana le pasa algo grave y uno está en un minuto difícil, que te manden un mensaje o lleguen con un café son gestos muy valiosos que hacen una tremenda diferencia”.

9. Salir de ahí:

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“Cada cáncer es distinto, en sus razones y procesos. En el caso de mi hijo, nuestra terapia posterior fue salir de ahí. Estadísticamente, siempre hay probabilidades de que vuelva, pero decidimos tratar de no quedarnos pegados en eso y hacer, todos, una vida normal. Recuerdo un hecho concreto: Pablo había terminado su tratamiento hacía pocos meses, ya estábamos en Chile, yo estaba en un taco, apestada, alegando por el calor y la lentitud con que avanzaba. De repente me di cuenta de que estaba viviendo lo mismo que cualquier mujer en Santiago. Listo, ya salí, ya pasó. De vuelta a mi vida. Dejé de compadecerme y me sentí de nuevo una más”.

10. Lejos del pesimismo:

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“Es difícil explicar, pero si hubiéramos vivido en Chile habría resultado más complicado concentrarnos sin darle espacio al pesimismo. Estar lejos nos ahorró las visitas constantes, las caras de tragedia, de pena. Toda esa presión social de gente encima te agobia, te cansa, te contagia”.

11. El doctor en EE.UU.:

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“El doctor americano, a mi juicio, es más reservado comparado con el chileno, que te asume más ignorante y puede tomar algunas decisiones por ti. A veces allá le preguntábamos al doctor qué haría él en nuestro caso, pero rehusaba darnos esa respuesta. Son todos muy así, porque además están todos los riesgos relacionados con los seguros, o la posibilidad de que después los demanden. Entonces no se comprometen ni un centímetro, aunque sean super rigurosos y directos”.

12. La fuerza del testimonio:

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“Cuando estábamos en la fundación, un día llegó una pareja con su hijo que entonces tenía 15 años. A los seis el niño se había enfermado de cáncer y todos pensaron que no se sanaría. Desde entonces, todos los años volvían a compartir con otras familias en la misma situación, a dar un testimonio de esperanza. Para nosotros ese breve encuentro fue un empuje, porque si bien estábamos focalizados, no nos dábamos muchas licencias para imaginarnos a Pablo en el futuro. La gratuidad de ese testimonio y de vernos volviendo algún día al hospital para contarles a las familias que sí se puede salir, fue un empujón anímico, nos dio esperanza. Al cumplirse 10 años de su tratamiento volvimos con Pablo al Children’s Hospital de Boston no solo a dar gracias a las enfermeras y médicos, sino también a devolver la mano. Encontrarnos con otros papás que estaban dando la pelea fue muy intenso, abrazarlos significó mucho”.