Dos semanas transcurrieron entre que Claudia y Felipe notaron los primeros síntomas y el día en que escucharon la palabra que, de un puñetazo, les arrebató la tranquilidad familiar: meduloblastoma. A su hijo Diego, de cinco años, le acababan de diagnosticar un tumor muy agresivo alojado en la parte posterior de su cabeza, muy cerca del tronco encefálico. Debían operarlo de urgencia esa misma noche y los médicos les advirtieron sin rodeos que lo que se venía era duro. No se equivocaron.