A principios de octubre de 2015, cuando me disponía a cerrar un año de intenso y acucioso estudio, me diagnosticaron un cáncer testicular en estado III con metástasis en los ganglios linfáticos del abdomen y en los pulmones. De la noche a la mañana, mis planes y ambiciones cambiaron vertiginosamente: me extirparon mi testículo derecho y semanas más tarde me instalaron un catéter reservorio para comenzar ciclos intensos de quimioterapia. Fue un proceso que comenzó con una mezcla de miedo, incertidumbre, pena y rabia, pero que con el paso del tiempo logró darme energías y fortalecerme para aprender de los pequeños detalles de la vida, marcando un punto de inflexión trascendental en la manera de enfrentar mi porvenir.